CAPITULO III
El problema del ser humano empieza cuando el ser emplea su razón para juzgar, condenar, calificar y reprobar aquello que simple y sencillamente ES, en vez de usarla para comprender y maravillarse, pues cuando juzga, al primero que condena es a si mismo y habiéndose reprobado, se siente culpable y se considera indigno del amor, así que huye de la Verdad castigándose a si mismo, en lugar de comprenderse, perdonarse, aceptarse y amarse al aprender de su experiencia.
¿Cómo es posible que todo sea perfecto si hay guerras, odio y maldad? Esas cosas no están bien!
Si el Padre las permite, ¿Quién eres tu para condenarlas? Dios es Aquel que ES no juzga, pues esta mas allá del bien y del mal. Entonces, ¿Por qué te empeñas en juzgar si sabes que al hacerlo inicias una nueva batalla? Trasciende la crítica, elévate por encima de la calificación.
No me malentiendas, no quiero decir que seas indiferente ante el sufrimiento del hombre, tampoco quiero decir que tales cosas sean buenas por si mismas. Lo que quiero que entiendas es que no es juzgando, criticando u odiando como puedes contribuir a la armonía del mundo, sino amando. Si te indignas, si te molestas, si sufres por la desarmonía que el hombre ha generado para si mismo lo único que logras es darle al mundo un ser humano lleno de rencor y desaliento: ¡tu mismo! En vez de contribuir a la paz, generas odio en ti mismo. ¿Acaso eso ayuda al mundo o te beneficia a tu en algo?
Si has de ayudar al mundo ¡primero ayúdate a ti mismo! Si deseas contribuir a la paz, ¡primero pacifícate! Mucho harías por la armonía del ser humano si tan solo pudieras vivir tu mismo en completa armonía! ¿Cómo pretendes guiar a un ciego si tu eres igual de invidente?
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