CAPITULO I
La fama del Maestro se extendía continuamente, todos hablaban de su sabiduría, de su amor, de su sencillez, y de su natural alegría. Se decía que nada pedía, porque todo lo tenia, que daba sin cesar y que con gusto a cualquiera recibía.
Bienvenido, Ontos, Bienvenido!
No te alarmes por lo que tus ojos te dicen, no te asustes, pues el que teme solo muestra su propia desconfianza y su falta de fe en si mismo. Y si hoy hasta aquí tus pies te han traído es que ya estas listo para encontrar lo que por años habías temido. Así que nada puedes temer.
Desde hace tiempo habías creído que tu riqueza se hallaba en tu cuenta bancaria, en tu automóvil, en tu apariencia física, en tus aptitudes y talentos, habías pensado que tu tesoro yacía en tus logros materiales, intelectuales, profesionales o académicos, que tu valor dependía de la opinión de los demás, de su aceptación o rechazo, de su admiración o desprecio, de tu popularidad o de tu fortaleza. Estabas convencido, por tanto, de que ahí se encontraba tu grandeza. Pero todo ello es efímero, pasajero y caduco, y más importante aun, es externo a lo que tú eres. Pues si bien puedes tener eso, no eres eso. Has confundido lo que eres con lo que tienes y al hacerlo has depositado tu fe en lo que no eres, en lo que es transitorio y perenne. En consecuencia jamás te has sentido satisfecho, ya que entre más dependes de lo que es efímero, mas angustiado y vacío te encuentras, pues consideras que tu riqueza es volátil, que en cualquier instante se te escapa de las manos y que en última instancia no es inherente a tu yo, sino que dependes de situaciones y condiciones externas.
La única forma de conocer la Verdad es mediante el amor, pues este es el único camino hacia la autentica comprensión de lo que Es. Pero, ¿Cómo podrías comprender al Infinito si antes no amas lo finito?, ¿Cómo podrías regocijarte en el Creador si desprecias su Creación?
Alguna vez intentaste amar a los demás, pero nadie puede amar a otro más que en la medida que a si mismo se ama, pues nadie puede dar a otros sino lo que tiene para si. Y si lo que sientes por ti es desprecio, ¿Cómo podrías apreciar a otro?, y si te sientes vacío, carente, indigno e insatisfecho, ¿Qué otra cosa podrías ofrecerle a los demás?
Pero en verdad te digo que si no te amas a ti mismo, serás incapaz de recibir el amor que otros te den, pues sintiéndote indigno del mismo, lo interpretaras como un favor que no mereces, o como una muestra de lastima que te tienen. Si no te amas, no podrás gozar ni siquiera del amor divino, y del mismo Creador dudaras por no sentirte merecedor de lo que por amor te da: la vida y la oportunidad de hacerte feliz a ti mismo.
Vives tratando de agradar a otros para comprar su aprecio, pero así ni siquiera puedes recibir lo que te dan. ¿Cómo esperas agradar a otros si ni a ti te agradas? ¿Cómo esperas apreciar su afecto si ni en el tuyo confías?
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